Borges y Bioy se reían a menudo, con ingenio y desprecio, del provincianismo. Con el seudónimo de Honorio Bustos Domecq firmaron Seis problemas para Don Isidro Parodi, historias de un preso que cumplía perpetua por un crimen que no había cometido y al que ahora le llevaban enigmas policiales que él resolvía desde el más extremo sentido común. Testimoniaban, así, la imposibilidad argentina de un Sherlock Holmes.
Los primeros y más elementales datos biográficos del supuesto escritor son: "El doctor Honorio Bustos Domecq nació en la localidad de Pujato (Provincia de Santa Fe), en el año 1893. Después de interesantes estudios primarios, se trasladó con toda su familia a la Chicago argentina." Se trata de un modesto amigo de las musas, con una instrucción elementalísima que se disimula irónicamente con el adjetivo de interesantes estudios primarios.
Me vino a la memoria ese sarcasmo por un juego de contrastes: se conoció hoy la noticia de que los restos de dos jóvenes desaparecidos durante la dictadura fueron hallados como consecuencia de una investigación escolar que una docente de Santa Fe encargó a sus alumnos, que se lanzaron con entusiasmo a la tarea. Se trata de la mexicana Cristina Cialceta y del francés Yves Domergue, asesinados por la dictadura en septiembre de 1976. Después de 34 años fueron identificados. Habían sido enterrados en tumbas sin nombre en el cementerio público de Melincué, un poblado rural distante a 340 km de Buenos Aires.
Según la agencia AFP, habían sido enterrados allí sin identificar, el 29 de septiembre de 1976, tres días después de que Agustín Buitrón, el dueño de un campo cercano, ya fallecido, los encontró acribillados a la vera de una ruta. Tras décadas de búsqueda, el círculo se cerró gracias a pobladores de Melincué, entre ellos un ex empleado judicial, Jorge Basuino (61), que protegió el expediente a través del tiempo, y a la profesora Juliana Cagrandi (48) que en 2003 instó a sus alumnos de último año de la escuela media a investigar este caso.